Sonsoles Romero, psicóloga Clínica e infantil en Las Palmas, nos habla sobre tomar decisiones.
Es un hecho, que diariamente hemos de tomar muchas decisiones, algunas importantes, otras no tanto, y otras son apenas nimiedades cotidianas como elegir la ropa, qué cocinar o si llevamos el pelo suelto o recogido. Hay muchas personas a las que les cuesta mucho decidir si van a algún lugar, si se comprometen con algún trabajo, favor, etc… Y también hay personas a las que les es prácticamente imposible decir que no a alguien, negarse a una invitación, a una solicitud o cualquier cosa que les propongan. Eso les lleva a hacer muchas cosas que no les apetecen, simplemente por “no hacer un feo” o por no quedar mal.
La mayoría de nosotros no somos así por casualidad. Muchas de estas personas tuvieron una infancia en la que todas las decisiones las tomaba alguien por ellas, en la que sus deseos o apetencias nunca eran tenidas en cuenta, o en la que negarse a la solicitud de los “mayores” era desobedecer, lo cual era castigado repetidamente.
¿Qué les enseñamos a nuestros hijos, a las personas que serán, si ante cualquier comentario en contra de nuestros deseos nos enfadamos, nos disgustamos o los obligamos a hacer lo que no quieren? Con mucha probabilidad estaremos sentando las bases de una persona que, llegado el momento, no podrá poner sus deseos o necesidades, por encima de las de los demás. Muchas veces, es un acto muy generoso hacia alguien amado, hacer algo o dejar de hacerlo, aunque no queramos, sólo por esa persona. ¿Pero qué pasa cuando renunciamos constantemente a lo que nos pide el cuerpo, por cualquiera y en cualquier situación? La estructura experiencial que se ha almacenado en nuestra memoria a raíz de una infancia negada es que, decir que no, contradecir a quien nos pide algo, es hacerlo enfadar o disgustarlo. Lo que se traduce en “quedar mal” con esa persona, lo que significa sentirnos mal con nosotros mismos por sublimar nuestras necesidades a las peticiones de otro. En este circuito no hay salida, cuando alguien siente así, no encontrará la paz aunque haga lo que le apetece, porque contradecir a otro también le provocará sentimientos de culpa. Es imposible quedar bien, sentirse bien. Seguro que todos conocemos a alguien a quien le supone un gran dilema decir que no o tomar solo cualquier decisión.
Es cierto que no podemos acceder siempre a todas las peticiones de los niños, simplemente porque es imposible. Pero no es menos cierto que tampoco podemos negarles siempre el derecho a rebatirnos, a proponer cosas diferentes a las que habíamos proyectado, a no hacer lo que hemos planeado con ellos o para ellos. Y en el caso de tener que negarles algo o llevarlos a donde no quieren, siempre podemos respetar sus sentimientos, aceptar que es desagradable hacer algo en contra de su voluntad, explicarles que no tenemos otra opción, concederles la oportunidad (a los niños más mayorcitos) de buscar ellos otra solución que sea aceptable para todos. A veces se nos pasan por alto muchas alternativas que ellos ven claramente, ni siquiera las tomamos en cuenta porque… “son niños”.
Con respecto a las decisiones sucede lo mismo. Planificamos sus vidas punto por punto, no consensuamos con nuestros hijos las decisiones cotidianas. En función de la edad de cada niño, es muy importante darles la autonomía suficiente para que tomen decisiones. Un niño de dos años ya puede elegir su ropa, puede decidir qué comer o si prefiere jugar o dormir. Para ayudarlos a tomar decisiones y para que nuestra vida no sea un caos, es importante, en estas edades tempranas, que las opciones estén limitadas previamente. Lo mejor es empezar con dos alternativas: ¿quieres ponerte este vestido o estos pantalones? ¿Quieres comer un cucharón de sopa o dos? ¿Quieres sopa y carne, o sólo una de las dos cosas? Sí, la comida también, al final siempre terminan comiendo lo que necesitan o les apetece… ¿por qué hacer un drama en cada comida si al final el resultado va a ser el mismo? Ponemos las opciones culinarias del día y que coman lo que quieran. A medida que los niños se hacen mayores, si les hemos dado la oportunidad de tomar sus propias decisiones, es bastante probable que, ante nuestras dos alternativas, ellos propongan una tercera. Pues hay que valorarla. Si no es algo descabellado ¿por qué no aceptar que nuestro hijo ha tenido una idea mejor que la nuestra? Cuando uno hace las cosas por propia iniciativa, cuando ha elegido conscientemente, la motivación es mucho mayor, el trabajo se hace con más gusto, la comida sabe mejor y uno se siente más guapo cuando ha elegido qué ponerse. Nos pasa a todos, no son distintos a nosotros, sólo tienen menos experiencias. Dejemos que experimenten las consecuencias de sus decisiones sin molestarnos, dejemos que sus compañeros de colegio le digan lo mal combinada que está su ropa, o que tengan más hambre en poco tiempo si han decidido comer poco ese día. Probablemente sacarán sus propias conclusiones sin que nosotros tengamos que entrar en guerras innecesarias. Los padres podemos vivir más tranquilos no controlando todos los aspectos de la vida de nuestros hijos, y ellos aprenderán por sí mismos, a través de su propia experiencia (no de la nuestra), se sentirán útiles y tenidos cuenta, dueños de su vida. Todos necesitamos saber que no somos meras hojas que el viento mueve a su antojo, necesitamos saber que podemos influir en lo que nos pasa, no somos juguetes del destino. Pues bien, esto se aprende, se aprende desde pequeños, cuando unos padres amorosos permiten a su hijos negarse a lo que no quieren, cuando validan y respetan ese sentimiento, cuando les dan opciones adecuadas a su edad para que puedan tomar decisiones, cuando les dejan experimentar por sí mismos las consecuencias de sus elecciones erróneas, cuando les ayudan a pensar por sí mismos cómo enmendar o corregir los errores, cuando están disponibles para ayudar sin imponerse.
Qué gran regalo para la vida, que te dejen Ser, que te dejen elegir, tomar decisiones, asumir sus consecuencias y seguir adelante a pesar de los fracasos.
Tomar decisiones por Sonsoles Romero
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